domingo, 29 de diciembre de 2013

Ombligos



Los hay más bonitos y más feos. Con el nudo escondidito o asomándose al mundo desde su "ventanita". Decorados con piercings o tatuajes, o al natural... Pero la mayor distinción, una que se puede averiguar sin necesidad de verle la barriga a la persona, es su tamaño: hay ombliguitos, y otros del tamaño de Canadá. Depende del tiempo que uno pase mirándoselo, hurgándoselo, erosionándolo (y perdiendo de vista tooooodo lo que haya alrededor).

Hasta hace poco, los humanos propietarios de esos inmensos ombligos me ponían bastante nerviosa, me cabreaban. Para qué voy a decir que no.
Pero últimamente me divierten. Creo que he empezado a verlos con otros ojos. En lugar de calentarme por el egocentrismo mostrado, lo miro más fríamente y con cierta perspectiva, y resulta francamente divertido. Incluso podría llegar a verlo como algo triste (no deja de ser triste una persona tan solita en el mundo). Pero prefiero divertirme.
Desde personas que sólo contemplan como válido su punto de vista en cualquier tema general, hasta otras que hablan de su vida y sus cotidianidades como si fueran las únicas en el planeta (es normal que para cada uno su cotidianidad sea la más importante, pero no hay que perder de vista que no es la única), pasando por los que, directamente, se ponen en modo drama queen y, con la que está cayendo a nuestro alrededor, se regodean en que... yo qué sé... que en la peluquería le hayan puesto las mechas 2 tonos más oscuras de lo que las pidieron, y hablan de ello durante días o semanas, enfáticamente. al borde de las lágrimas. Será que el ombligo les hace función paraguas. Tampoco está mal.
En esta categoría también los hay optimistas. Optimistas consigo mismos, como no podía ser de otra manera: son la rehostia, pero el mundo aún no se ha dado cuenta. Así que tienen que abrirle los ojos a base de darse autobombo, hacerse publicidad, para que los demás (pobrecitos despistados) se puedan dar cuenta, y apreciarles en lo que valen. Estos casos sí suelen hablar de personas que no son ellos mismos, de vez en cuando. En tono peyorativo, humillante y burlesco. Pero reconocen que hay más gente en el mundo. No tienen nada que hacer con ellos aquí en prácticamente ningún campo, pero estar, están.

En lugar de escribir un blog (como algunas :p ), una fascinante autobiografía, o letras de canciones como para 25 discos, la relación social con estas personas se centra, como el mundo en sí mismo, en ellas.

Todos tenemos rachas en que perdemos un poco de vista el entorno, es normal. Según las circunstancias, o simplemente cómo te pille el cuerpo.
En la adolescencia la mayoría tenemos una etapa ombliguera, es normal: te estás descubriendo, formando. Y te alucina. Incluso es pura necesidad de verbalizarlo para comprenderlo.
Pero cuando se cronifica y convierte en un (marcado) trazo de tu personalidad, por más que creas que por hablar de ti, de ti y después de ti te hace importante... en realidad lo que hace es dejarte en ridículo. A parte de cansar, generalmente.

En una conversación entre amigos es normal que le cuentes a tu interlocutor tus cosas, tus preocupaciones, lo que has hecho o dejado de hacer... El problema viene cuando, de forma habitual, esa conversación se perpetúa en el yo-mi-me-conmigo y termina, invariablemente, sin que hayas dado lugar a que la otra persona te cuente las suyas.

Hace un tiempo saqué de mi vida a algunas personas con el ombligo grandote. Lo hice ante el hastío que me provocaban sus conversaciones y la mala leche por lo que consideraba una amistad unilateral. Me frustraba hablar con ellos (bueno, dejarles hablar de ellos mismos, sus desdichas y sus nunca suficientemente reconocidas virtudes) y no escuchar nunca un "y tú ¿qué tal?", ni siquiera por cortesía. Quizá por esa distancia que marqué ahora puedo divertirme cuando me cruzo con alguien con megaombligo.

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